viernes, 13 de agosto de 2010

REM


Se levanta, se baña, desayuna, le deja comida al gato, se toma el subte, llega al trabajo, trabaja, vuelve a la casa, acaricia al gato, come, duerme.
Es un sueño que se repite y lo envuelve. Pasa el espejo y del otro lado el hombre del saco azul lo espera. Tal vez no, tal vez simplemente está ahí sentado. No, está seguro de que lo estaba esperando.
Se levanta como ayer y decide innovar y ver si hay algo interesante en la radio. Le da de comer al gato, se baña y se va a trabajar. Decide entrar solo a un bar. ¿Algo más triste que la soledad en un bar? - Se pregunta. Vuelve a la casa y se tira en el sillón. Los ojos se le empiezan a cerrar, el sueño lo empieza a envolver.
El hombre del saco azul le sonríe cuando lo ve cruzar el espejo. Le explica que ella no está pero que puede esperarla. Él no quiere sentirse al lado del hombre del saco azul, su color tan azulado lo intimida un poco.
Hoy no quiere ir a trabajar, está cansado de esperar que las cosas cambien por sí solas, que una nueva oferta llegue por sí sola. Lo único que quiere es tirarse en el sillón y no salir en todo el día. Cierra las persianas, mejor la oscuridad que aquella lluvia contaminante. Y así se termina el jueves, el mejor día de aquella semana. El gato no deja de maullar por comida, pero hoy va a tener que esperar.
El espejo está quebrado ¿Puede atravesarlo igual? Aparentemente sí. El hombre del saco azul parece estar buscando algo. - Es que no está la llave y sabés que pasa si no aparece la llave - Le explica su azulado compañero.
- Claro, sin la llave no se puede exprimir la manija de la puerta para que se encaje el dedo - Le responde él con un aire culto en su discurso.
Entonces aparece ella. Entonces el tiempo se frena. Todos saben que lo hace para poder observarla por un poco más, intenta engañar al reloj. Él también la mira, para nada discreto, vale aclarar.
- Sí, carajo te dije. No me importa un carajo si me van a rajar. Parece que hubiera estado toda mi vida estancado ahí y todo al pedo. Mirá, ni te gastes en venir porque no te pienso abrir. No, no me importa. Che ¿Qué hora es? Este reloj de mierda se atrasó de nuevo.
La mujer del vestido rojo le pega una cachetada al tiempo y todo vuelve a circular. - Maleducado - le susurra, y el tiempo sigue caminando. Después lo mira a él y le pregunta por el hombre del saco azul. Él le responde que estaba en la tintorería, le hacía falta algo de tinta.
La mujer del vestido rojo se sienta al lado suyo. Hacía tanto que no la veía e iba a hacer tanto que no se iban a ver que era bueno que no fuera tanto que no se estaban viendo.
Carla golpea la puerta. Parece que alguien la dejó entrar abajo. Al ver que no le abre empieza a tocarle timbre. No piensa abrirle, no piensa salir de ahí, de su refugio. Le tira algo de comida al gato pero este no viene. Que raro, siempre aparece enseguida y hace más de un día que no come. El timbre sigue sonando. Ordena un poco el living y el timbre sigue sonando. Abre la heladera y se sirve un vaso con agua mientras el timbre sigue sonando. Suena el timbre y él prende la televisión. Si bien está al máximo y apenas oye algo más, sabe que suena el timbre hasta que ya no suena. Ya no suena... Y él abre la puerta.
La mujer del vestido rojo le cuenta sobre el viaje y él asiente un poco confundido. Ojalá uno pudiera viajar sin necesidad de moverse. Uno estaría siempre en el mismo lugar y el resto sería lo que se movería. La gente, los espacios, el clima, las nubes. Uno solo tendría que quedarse quieto para trasladarse y moverse para quedarse siempre en el mismo lugar.
- Seguís despertando - Le consulta ella con extrema seriedad.
- Siempre, ayer desperté que abría una heladera y no sé porqué tomaba agua.
- ¿Agua? ¿En serio? Yo nunca me acuerdo lo que despierto. A veces me gustaría hacerlo, pero sería todo muy claro, uno siempre encuentra sentido en lo que despierta.
- Mirá que los especialistas dicen que detrás de todo despertar, aunque parezca que está lleno de sentido, en el fondo, no es más que caos e incoherencia.

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