El sol vislumbró los primeros signos de la mañana.
Una vez allí acabaría con su vida. Estaba cerca, podía sentirlo. No sabía hacia donde iba ni que le esperaba en aquel lugar pero estaba seguro de que debía asesinarlo.
Todo había comenzado semanas atrás, en una fría noche de Junio. Nicolás Hernández cenaba en su departamento cuando esa extraña sensación lo abrumó por primera vez. Odio, repulsión, sospecha, terror… Alguien iba a matarlo y él lo sabía.
Desde ese momento todo había cambiado, todo se volvió más y más confuso. No podía concentrarse en su trabajo, había perdido el apetito, no podía dormir, sentía que lo observaban en todo momento. Pero ¿Quién querría asesinarlo? Hernández llevaba una vida perfectamente normal y hasta monótona, no tenía problemas ni desencuentros con nadie y escasamente tenía algún tipo de relación afectiva. Sin embargo, por más que se esforzara, aquel temor se rehusaba a dejarlo ir.
A medida que se acercaba el rechazado día comenzó a percatarse de que su asesino se acercaba e incluso lo percibía en cada acción que realizaba. Cuando se duchaba, cuando salía a la calle, cuando se vestía, cuando comía, cuando descansaba, dormía, pensaba, trabajaba, rezaba, discutía, soñaba, leía, en todo momento. Presentía que su destino estaba sellado, que alguna existencia superior se encargaba de decirle qué hacer y cómo hacerlo.
Su obsesión parecía no tener límites, constantemente se expandía a nuevos ámbitos de su vida, lentamente lo aprisionaba. Llegó el punto en el que dejó de salir de su hogar por temor a la muerte. Perdió su trabajo, sus pocos amigos, dejó de comer, su salud se deterioró, poco a poco todo se desmoronaba.
Finalmente, decidió que no permitiría que aquel Dios o lo que fuera acabara con él y salió a su encuentro. Pasó días enteros vagando por la ciudad sin saber que buscaba. Recorrió iglesias, templos, bares, todo tipo de lugares pero parecía no llegar a nada. Sin embargo, estaba decidido, por dentro ya había muerto, no permitiría que lo mismo sucediera con su cuerpo. Una vez allí acabaría con su vida. Se guiaba por sus instintos, por sensaciones, por ideas.
El sol comenzó a ocultarse con el despertar del atardecer.
Finalmente, llegó a una pequeña cabaña al costado del muelle. El lugar contrastaba enormemente con el entorno de la ciudad, parecía que se encontraba allí por equivocación. Supuso que tendría que forzar la puerta para entrar pero, para su sorpresa, estaba abierta. Tembloso, dio el primer paso y entró.
Pasada la entrada una sensación olvidada lo envolvió con dulzura, se sentía libre, plenamente consciente de sus acciones como nunca antes, estaba volviendo a nacer. Siguió avanzando, cada paso era como primeras pisadas en un mundo nuevo, desconocido. Cruzó un angosto vestíbulo y se encontró con la entrada de una pequeña y oscura habitación Poco a poco sacó el cuchillo que había guardado por tanto tiempo y lo sujetó con fuerza. Estaba ahí y acabaría con su vida.
El sol desapareció detrás del río.
Frente suyo y de espaldas había un joven de cabello oscuro y revuelto escribiendo lo que parecía el final de algún tipo de historia. El muchacho estaba absorto en su escritura por lo que no era consciente de lo que sucedía a su alrededor.
Nicolás se acercó lentamente a su víctima, levantó el cuchillo y antes de que el joven pudiera terminar su última oración acabó co
Una vez allí acabaría con su vida. Estaba cerca, podía sentirlo. No sabía hacia donde iba ni que le esperaba en aquel lugar pero estaba seguro de que debía asesinarlo.
Todo había comenzado semanas atrás, en una fría noche de Junio. Nicolás Hernández cenaba en su departamento cuando esa extraña sensación lo abrumó por primera vez. Odio, repulsión, sospecha, terror… Alguien iba a matarlo y él lo sabía.
Desde ese momento todo había cambiado, todo se volvió más y más confuso. No podía concentrarse en su trabajo, había perdido el apetito, no podía dormir, sentía que lo observaban en todo momento. Pero ¿Quién querría asesinarlo? Hernández llevaba una vida perfectamente normal y hasta monótona, no tenía problemas ni desencuentros con nadie y escasamente tenía algún tipo de relación afectiva. Sin embargo, por más que se esforzara, aquel temor se rehusaba a dejarlo ir.
A medida que se acercaba el rechazado día comenzó a percatarse de que su asesino se acercaba e incluso lo percibía en cada acción que realizaba. Cuando se duchaba, cuando salía a la calle, cuando se vestía, cuando comía, cuando descansaba, dormía, pensaba, trabajaba, rezaba, discutía, soñaba, leía, en todo momento. Presentía que su destino estaba sellado, que alguna existencia superior se encargaba de decirle qué hacer y cómo hacerlo.
Su obsesión parecía no tener límites, constantemente se expandía a nuevos ámbitos de su vida, lentamente lo aprisionaba. Llegó el punto en el que dejó de salir de su hogar por temor a la muerte. Perdió su trabajo, sus pocos amigos, dejó de comer, su salud se deterioró, poco a poco todo se desmoronaba.
Finalmente, decidió que no permitiría que aquel Dios o lo que fuera acabara con él y salió a su encuentro. Pasó días enteros vagando por la ciudad sin saber que buscaba. Recorrió iglesias, templos, bares, todo tipo de lugares pero parecía no llegar a nada. Sin embargo, estaba decidido, por dentro ya había muerto, no permitiría que lo mismo sucediera con su cuerpo. Una vez allí acabaría con su vida. Se guiaba por sus instintos, por sensaciones, por ideas.
El sol comenzó a ocultarse con el despertar del atardecer.
Finalmente, llegó a una pequeña cabaña al costado del muelle. El lugar contrastaba enormemente con el entorno de la ciudad, parecía que se encontraba allí por equivocación. Supuso que tendría que forzar la puerta para entrar pero, para su sorpresa, estaba abierta. Tembloso, dio el primer paso y entró.
Pasada la entrada una sensación olvidada lo envolvió con dulzura, se sentía libre, plenamente consciente de sus acciones como nunca antes, estaba volviendo a nacer. Siguió avanzando, cada paso era como primeras pisadas en un mundo nuevo, desconocido. Cruzó un angosto vestíbulo y se encontró con la entrada de una pequeña y oscura habitación Poco a poco sacó el cuchillo que había guardado por tanto tiempo y lo sujetó con fuerza. Estaba ahí y acabaría con su vida.
El sol desapareció detrás del río.
Frente suyo y de espaldas había un joven de cabello oscuro y revuelto escribiendo lo que parecía el final de algún tipo de historia. El muchacho estaba absorto en su escritura por lo que no era consciente de lo que sucedía a su alrededor.
Nicolás se acercó lentamente a su víctima, levantó el cuchillo y antes de que el joven pudiera terminar su última oración acabó co
bueno, ya sé qué le voy a pedir a Gaspar.
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